Actuar en contra de lo que pensamos nos produce un sentimiento de malestar, lo que Leon Festinger denominó disonancia cognitiva en 1954. Ese malestar nos lleva a cambiar nuestras creencias para que sean coherentes con nuestra forma de actuar.
La teoría de la disonancia cognitiva (Leon Festinger)
Un ejemplo puede ilustrar muy rápidamente esta teoría. Supongamos que queremos comprar un coche y dudamos entre dos alternativas. Al final elegimos uno de ellos y lo compramos.
Según la teoría de la disonancia cognitiva, valoraremos mucho mejor la opción que hemos elegido que la que no hemos elegido, por el simple hecho de justificar nuestra elección.
Otro ejemplo puede ser el de los fumadores. A pesar de que nos advierten constantemente de los riesgos de fumar, nuestra mente elabora justificaciones, negaciones y toda clase de creencias que nos permitan disminuir el malestar que nos produce fumar, a sabiendas de que nos estamos haciendo daño (¿quién no ha oído a un fumador relatar la historia de su tío, que fumaba tres paquetes diarios y murió por una causa que nada tuvo que ver con el tabaco?). Así es como funciona la disonancia cognitiva.
Como la mayoría de cosas en la vida, la disonancia cognitiva no funciona en el mismo grado en todas las personas. Serán aquellas personas que necesiten más coherencia interna las que sufran mayor malestar con la disonancia cognitiva.
La disonancia cognitiva es sólo uno de los muchos sesgos que nos afectan cada día. Por ejemplo, muchas personas, por intentar tener razón o seguir creyendo que la tienen, seleccionan la información que les llega relativa al tema en cuestión, para no toparse con algún dato que les haga reelaborar su forma de pensar. Los psicólogos lo llamamos»sesgo de confirmación».
¿Y qué hacemos con la disonancia?
Se ha escrito mucho sobre lo que es y cómo funciona, pero muy poco acerca de qué podemos hacer con ella o si debemos hacer algo. Si este mecanismo funciona en todos nosotros es porque cumple una función, proteger nuestra auto-percepción y sentido de nosotros mismos, y mantenernos en las decisiones que tomamos.
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La disonancia cognitiva puede verse como una especie de mentira hacia uno mismo. Sin embargo, dependiendo del grado y la relevancia de la mentira, podrá suponer un problema o no.
Por ejemplo, cuando nuestra hermana se cambia el color de pelo y le decimos que le sienta muy bien aunque no sea así, pero lo hacemos porque no queremos hacerla sentir mal. Este caso y otros similares no deberían tener más importancia y la ansiedad que producen no es significativa.
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Sin embargo, si nos mentimos en cosas más importantes o se convierte en una forma de proceder habitual, entonces debemos tomar medidas al respecto, porque la disonancia cognitiva puede llevarnos, por ejemplo, a reforzar malas decisiones que hemos tomado y a repetirlas en el futuro.
Ser consientes de nuestros pensamientos y dinámicas mentales, es un factor clave. Si tendemos a justificar nuestras acciones con comentarios del tipo «siempre lo he hecho así» o si tendemos a tomar decisiones sin tener muy claro lo que pensamos al respecto, es muy posible que esté actuando la disonancia cognitiva.
Lo mejor que podemos hacer es combatir la disonancia con coherencia. Esto quiere decir, que si actuar de una forma nos produce malestar porque estamos actuando en contra de lo que pensamos, debemos actuar de la forma en la que creemos que debemos actuar, aunque esto suponga reformular muchas de las creencias que manteníamos sobre nosotros o sobre el mundo.
Debemos plantearnos siempre si las decisiones que tomamos están en sintonía con aquello que pensamos, y de no ser así, tratar de que nuestros actos se adapten a nuestras creencias.
También puede darse el caso inverso, es decir, tomar una decisión que creemos beneficiosa a priori, pero una vez tomada nos produce malestar. Entonces es la acción misma la que nos lleva a replantearnos si nuestras creencias fallan y, a partir de ahí, trabajar sobre ellas.
De una manera o de otra, las personas necesitamos sentir que somos coherentes, íntegros, que tenemos ciertos principios y actuamos en base a ellos. Y lo necesitamos porque forma parte de nuestra identidad y de nuestro autoconcepto, de los cuales depende en buena parte nuestra salud mental y emocional.
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