Durante las décadas de los 60 y 70, Martin Seligman desarrolló una teoría para explicar por qué las personas dejan de actuar en determinadas circunstancias. A raíz de esta teoría, se dice que existe indefensión aprendida cuando una persona aprende que su comportamiento no altera el resultado que obtiene.
El estudio de Seligman
La indefensión aprendida se detectó, en un principio, en un experimento con perros. Sometieron a dos grupos de perros a una serie de descargas eléctricas. El primer grupo no podía hacer nada para escapar de la descarga pero el segundo podía saltar una barrera y escapar.
Tras una serie de ensayos, el primer grupo de perros dejó de resistirse a las descargas y de buscar una salida, tumbándose a esperar que la descarga terminara, mientras que el segundo grupo saltaba cada vez más deprisa la barrera. El primer grupo de perros mostraba indefensión aprendida.
¿Qué es exactamente la indefensión aprendida?
A partir de entonces, se denomina indefensión aprendida al estado de pasividad y a la falta de actividad provocada por la percepción de incontrolabilidad del sujeto, es decir, cuando tras repetidas ocasiones nuestro comportamiento no produce el resultado que esperamos, nos rendimos y dejamos de actuar, porque creemos que no podemos hacer nada para cambiar el resultado.
Y hasta aquí parece de sentido común, e incluso adaptativo, el hecho de que nos rindamos. Sin embargo, Seligman señaló una serie de consecuencias de la indefensión aprendida que hacían dudar de ese carácter adapativo:
- En primer lugar, observó falta de motivación a la hora de actuar en otras situaciones en las que el sujeto sí tenía capacidad de control.
- Dificultad para aprender que en esas nuevas situaciones sí podía actuar.
- Un estado emocional de miedo y ansiedad tras la experimentación de situaciones de falta de control repetidas.
Es decir, que la sensación de no poder controlar el resultado de nuestro comportamiento se extiende a situaciones nuevas en las que sí es posible controlar el resultado, que nos cuesta mucho más aprender que tenemos control en situaciones nuevas y que nos deja un estado emocional negativo.
¿Cómo se manifiesta la indefensión aprendida en la vida cotidiana?
Desgraciadamente son muchas las situaciones en las que se produce el efecto de la indefensión aprendida. Los contextos en los que nuestras conductas no se traducen en los resultados esperados son tantos que la actitud pasiva, en algunos de ellos, puede percibirse como algo natural. Lo vemos más claro con ejemplos.
Supongamos que empezamos a trabajar en una empresa nueva y lo hacemos con mucha ilusión y motivación. Trabajamos duro y con empeño cada día por sacar las cosas adelante, y lo hacemos durante meses, años, con el objetivo de ascender a un puesto que llevamos tiempo esperando. Pero el ascenso no llega, ni este mes, ni el que viene, ni dentro de dos años.
Naturalmente nos sentiremos desmotivados, bajaremos el ritmo de trabajo y la ilusión desaparecerá. Pero no solo eso. Esta actitud de pasividad se extenderá a otras situaciones de nuestra vida en las que nuestro comportamiento sí «sirve para algo» y nos costará asumir que en esos otros aspectos sí tenemos capacidad de control, pero habremos atravesado tanto miedo y ansiedad tras años de esfuerzo no recompensado, que no querremos que vuelva a ocurrir, por lo que no actuaremos, sufriremos indefensión aprendida.
De igual forma pasará con el niño al que «etiquetamos» como perezoso y haga lo que haga lo tratamos como tal, con la persona que se esfuerce en mantener una relación sentimental pero fracase repetidamente, y así un largo etc.
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¿Existen más factores que influyan en la indefensión aprendida?
Seligman encontró que los efectos que observó en los perros no se producían de la misma manera en las personas. En revisiones posteriores de su teoría concluyó que la atribución de causalidad cumplía un papel determinante.
La situación de indefensión aprendida que produce mayor deterioro y que se relaciona con la depresión es la que se da cuando pensamos que no tenemos control sobre los resultados por factores internos (de uno mismo), estables (que duran en el tiempo) y globales (que afectan a todas o casi todas las situaciones).
Siguiendo con el ejemplo anterior, si consideramos que el ascenso no llega porque no somos lo suficientemente buenos (factor interno), ni lo vamos a ser en el futuro (estable en el tiempo) y que además tampoco somos buenos en otras situaciones de nuestra vida (factor global).
En otro post (que puedes consultar AQUÍ) ya señalamos la relación entre nuestro estilo atributivo y nuestra conducta. La indefensión aprendida, por tanto, es generalización del pensamiento de que «no podemos hacer nada» para cambiar los resultados en los diferentes ámbitos de nuestra vida, debido a una serie de experiencias en las que no «pudimos hacer nada» en el pasado.
¿Y qué podemos hacer?
Tratar de romper con esta dinámica para darnos cuenta de que, mientras que en muchos aspectos no podremos hacer nada para cambiar los resultados, en muchos otros sí que podremos, y no permitir que esa indefensión se extienda por todas las áreas de nuestra vida, haciéndonos sentir incapaces y sin esperanza, llenando nuestra vida de pasividad y resignación.
Recuerda que con trabajo y constancia, incluso con la ayuda de un profesional si es necesario, podemos cambiar nuestros mecanismos mentales.
Imágenes: Pixabay
Ref.
Seligman. M. (1983). Indefensión. Madrid, España: Debate