Se dice que la vergüenza puede durar dos horas o veinte años, cuando el sujeto se siente escaneado por la mirada del otro, analizado, puede afectar a su vida diaria y convertirse en un trauma.
Analizando el origen de la vergüenza
Pero el problema es que la vergüenza puede aparecer sin motivo para ello. Los que se sienten así, han grabado en su memoria pequeños desgarros traumáticos cotidianos, apenas conscientes, como el niño apodado «cabezón», simplemente para hacer reír a otros.
Cuando nos sentimos desgarrados por esos microtraumas imperceptibles, nuestro sistema se pone a la defensiva incluso de la forma más ilógica y tendemos a evitar aquello que nos hace sufrir.
El problema aquí es que nos creamos nuestra propia infelicidad y nos castigamos apartando de nosotros aquello que queremos, esas cosas que esperamos conseguir y que por la barrera de la vergüenza no conseguimos.
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Llegados a este punto, hay que señalar un detalle, el papel que tiene el sentimiento de vergüenza en el desarrollo de la empatía, el respeto hacia la figura de otro, formando las bases de la moralidad.
Ese “me siento mal por haberle hecho eso, ¿qué pensará de mí?. Tendré que disculparme”, actúa como una herramienta de control social y evita, mediante ese sentimiento de culpabilidad, que nuestras relaciones estén basadas en la violencia.
Pero, un momento, ¿qué son estos traumas inconscientes mencionados anteriormente?. El malestar no siempre está provocado por un momento de hundimiento traumático impactante. Son también las pequeñas «vergüenzas» de la vida diaria en algunas relaciones entre sujetos, donde la autoestima puede verse golpeada.
Aquí hace acto de presencia lo que Boris Cyrulnik llama “el cine interior” en su libro Morirse de vergüenza, donde nuestra idea de nosotros mismos colisiona con las impresiones de los demás, y no es necesario que esos relatos sean enunciados. Basta un silencio o unas carcajadas de fondo para que tenga lugar el escenario donde la herida íntima cobra sentido.
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Entonces no es un hecho, sino la imagen interior que realizamos, la que lleva a que sintamos la vergüenza.
Algunos factores que se encuentran en el origen de la vergüenza serían los siguientes, según el mismo autor:
-Causas externas sociales o culturales: Por ejemplo, emigrar de un país subdesarrollado hacia uno desarrollado, o estereotipos y prejuicios en torno a la cultura personal que degradan al avergonzado, como el judío usurero o el gitano ladrón de gallinas. Estas causas externas sólo darán lugar a la vergüenza si el individuo las interioriza y les da importancia.
-Causas externas familiares: Su relación con el origen de la vergüenza es más intensa porque provienen de nuestro núcleo más cercano y nos afectan en la intimidad. Existen los casos de fratría en los que el éxito de uno de los miembros humilla a los que no triunfan, o aquellos padres transmisores de vergüenza.
-Causas interiorizadas: En cada etapa de constitución del yo, cualquier nueva causa puede evocar la vergüenza. Cuando somos bebés, existe un momento de ruptura del envoltorio sensorial que nos rodea y en el que un agente externo penetra en la «burbuja de seguridad» que nos proporcionan nuestros padres. Esto puede provocar un trauma que graba en la memoria una huella dolorosa, creando aptitudes emocionales y conductuales negativas relacionadas con la vergüenza.
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Desde el momento en que tiene lugar la conmoción, ya sea impactante o cotidiana, afectando a la autoestima, el avergonzado percibe agudamente todos
los gestos, palabras y situaciones que confirman su estigma. Y esos fragmentos de realidad que elige confirman su sensación de traumatismo inconscientemente.
Cuando el mundo se percibe así, cualquier situación puede hacer resurgir la vergüenza.