El lenguaje corporal y sus efectos en las emociones son grandes desconocidos para la mayoría de nosotros, a pesar de no ser especialmente complejos de interpretar.
El problema es que incluso las personas intuitivas con el lenguaje corporal lo perciben de manera inconsciente, aunque sean sensibles a interpretarlo correctamente.
La clave de los efectos, tanto positivos como negativos, en la actitud, es el circuito que se genera en nuestro interior, y que hace que el lenguaje corporal, postura o gestos, afecte a nuestra actitud y estado de ánimo y viceversa.
En este artículo vamos a centrarnos en mejorar nuestras actitudes a través de un lenguaje corporal positivo y abierto, pero hay que recordar que para mantener una actitud positiva debemos complementarlo con otras estrategias, a parte de la postura adecuada.
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Modificando actitudes a través del lenguaje corporal
Lo primero es ser consciente de lo que los gestos dicen del estado emocional de una persona.
Generalmente, no somos conscientes del todo de lo que hacemos con nuestro cuerpo, y empezar dándonos cuenta de lo que nuestro cuerpo refleja es el primer paso para corregirlo y adoptar medidas, encauzándonos hacia una actitud y pensamiento más positivos.
Vamos a hacer hincapié en varios aspectos que nos afectan:
La magia de las sonrisas
Cuando sonreímos a una persona, ésta suele devolvernos la sonrisa, lo que genera a una sensación de causa-efecto, despertando sentimientos positivos en los dos.
Nuestro cerebro está programado, tras siglos de evolución, para reconocer la sonrisa como gesto de «no conflicto» y sigue reaccionando positivamente hacia las mismas.
Las personas que no interpretaban estas señales en el pasado, multiplicaban el riesgo de conflicto, disminuyendo sus posibilidades de supervivencia.
Por lo tanto, es importante recordar el efecto del circuito entre expresiones corporales y positividad, mirarnos al espejo y dibujar una sonrisa en nuestra cara, alegrando el gesto. Puede ser el comienzo de un torrente de pensamientos positivos, que acaben mejorando nuestro día.
Tanto la risa como las sonrisas, ayudan a regenerar el sistema inmunitario, nos hacen más persuasivos, facilitan el aprendizaje, favorecen las relaciones interpersonales y alargan la vida. En definitiva, curan.
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El uso defensivo de los brazos y las piernas
Seguro que recuerdas la última vez que te sentiste incómodo en una situación de la que no podías huir, ya fuera apretado en el metro, en una conferencia aburrida, o recibiendo una bronca del jefe.
Si te fijaste, es muy probable que tuvieras los brazos cruzados y puede que las piernas o pies apuntando hacia la salida, también cruzados.
Esto es un reflejo de una actitud defensiva y cercana al estrés, lo que, como imaginas, no favorece un estado de pensamiento positivo. Estamos poniendo una barrera entre la amenaza y nosotros.
De pequeños, ante una situación amenazadora tendemos a escondernos detrás de objetos sólidos y, a medida que nos hacemos mayores, este movimiento se vuelve más sofisticado, ya que es socialmente inaceptable ver a un adulto ocultándose de esta manera.
A medida que crecemos, empezamos a desarrollar el gesto de cruzar los brazos de forma tensa delante del pecho. Durante la adolescencia comenzamos a relajar este gesto para terminar convirtiéndose en ese cruce de brazos que ya conocemos. Durante la vida adulta, este gesto defensivo puede incluso a hacerse menos evidente.
Por tanto, estar en una posición cerrada y defensiva, no hace bien a nuestro estado de ánimo, volviéndonos menos sociables y predispuestos a actitudes defensivas.
Una posición abierta y relajada, hace que fluyamos mejor y tendamos a sentirnos más seguros.
Camina erguido y reclama tu espacio
En este caso vamos a volvernos mucho más atrás en el tiempo, antes incluso de nacer, para recordar nuestra posición en el vientre materno, cuando estábamos tan calentitos y seguros.
Ese gesto fetal tan reconocido es al que nos retrotraemos cuando adoptamos una posición encorvada y bajamos la cabeza, en una situación de problemática o de tristeza, intentando volver a la seguridad y comodidad del lecho materno.
El problema es que vuelve a entrar en escena nuestro familiar circuito lenguaje corporal-cerebro y tendemos a prolongar en el tiempo estas actitudes defensivas, incluso al más mínimo atisbo de problemas.
Si queremos combatir estas situaciones, hay que tomar conciencia, estirarse y erguir el cuerpo, levantando la cabeza. Automáticamente, vamos a huir de esos sentimientos negativos y empezar a hacer funcionar nuestro circuito positivamente.
Algo parecido ocurre con el espacio vital. Según nuestras costumbres y estilo de vida, estamos acostumbrados a un espacio determinado, que hará que nos sintamos más o menos incómodos teniendo gente cerca.
Es el momento, también, de ser conscientes, y reclamar el espacio que necesitemos, según la situación en la que nos encontremos, para sentirnos cómodos y adecuarnos a la misma.
Nuestro lenguaje corporal revela mucho de lo que nos pasa por dentro. Nosotros mismos podemos ser partícipes y aprender a controlar la intensidad de nuestras emociones según nuestra actitud, no sólo mental, si no física, a través de nuestro lenguaje corporal.
Éste puede ser un momento perfecto para empezar a practicar.
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